Quiero destacar un libro, publicado ya hace unos años, que me parece esencial para padres, educadores, terapeutas… y para todas aquellas personas preocupadas por el correcto desarrollo de las futuras generaciones. Es: El amor maternal. La influencia del afecto en el desarrollo mental y emocional del bebé. Autora: Sue Gerhardt. Editorial Albesa, 2008.
A través de ejemplos y citando numerosos estudios que demuestran sus argumentos, la autora constata cómo son los primeros cuidados que recibe el bebé los que realmente moldean el sistema nervioso y determinan cómo se interpretará y responderá al estrés en etapas futuras. Veremos cómo no sólo influyen los factores genéticos en el desarrollo del cerebro, sino especialmente las condiciones de crianza.
El periodo fetal y la primera época de la vida son etapas especialmente vulnerables, pues en ellas el estrés puede ser muy dañino para el desarrollo del organismo. Ya en el útero la respuesta al estrés comienza a desarrollarse en el feto, especialmente si la madre tiene en su cuerpo niveles de cortisol elevados. También el momento del parto puede ser traumático y disparar, asimismo, el nivel de cortisol. Si a esto añadimos un cuidado deficiente de los bebés por parte de los padres, la no atención a sus necesidades emocionales, la falta de amor… la consecuencia es que los sistemas de reacción frente al estrés de muchos de estos bebes quedarán sobrecargados, lo que puede dar lugar a la instauración de un sistema hiperreactivo e hipersensible, con un nivel crónicamente elevado de cortisol (si el bebé vive invadido por el cortisol, sus receptores pueden dejar de funcionar normalmente, dando lugar aun a más cortisol).
Muchos trabajos clínicos han demostrado que un elevado nivel de cortisol genera una respuesta exagerada al estrés y que la experiencia que se tiene como bebé predice las respuestas al estrés en edades posteriores. Existe una importante relación entre las alteraciones de cortisol y la instauración de una inseguridad emocional, un déficit de autoestima, y la tendencia a reaccionar de forma más intensa ante las dificultades de la vida. Se ha evidenciado, asimismo, que un cortisol elevado y una respuesta hiperreactiva al estrés se relaciona con disfunciones emocionales como depresión, ansiedad, trastornos alimentarios, alcoholismo…así como con daños en los sistemas físicos: propensión a enfermedades psicosomáticas, sistemas inmunitarios vulnerables…
Como destaca Sue Gerhardt: “Estos patrones tempranos son duraderos, debido a que quedan grabados en las redes neuronales de nuestro cerebro y en nuestra química cerebral. De manera inconsciente, ha tenido lugar un aprendizaje, y se van creando unos supuestos que son inconscientes para la personalidad –más consciente- que emerje a través de la infancia. Estos patrones se convierten en hábitos emocionales”.
¿Hay alguna solución?: En palabras de la autora: “La recuperación puede depender de hablar de ello, de que se activen las partes apropiadas del cerebro izquierdo para situar la experiencia traumática en un contexto. Se ha demostrado que en muchas ocasiones el poner las emociones del estrés en palabras es una manera efectiva de hacerle frente”. Y es que el proceso de escuchar los sentimientos que expresa el cuerpo y expresarlos en palabras capacita la integración de los cerebros derecho e izquierdo: la unión del cómo se siente el cerebro derecho y la información verbal del izquierdo.