Traumas infantiles: ¿Se hereda genéticamente el sufrimiento de los padres?

¿Puede una experiencia traumática o cualquier cambio en nuestro estilo de vida transmitirse genéticamente a nuestros hijos? Se ha señalado en varias ocasiones que, por ejemplo, los hijos de las víctimas del holocausto nazi o de hambrunas severas tienen mayor predisposición a un conjunto de enfermedades y trastornos de conducta y psiquiátricos, que no se deberían sólo al contacto con padres traumatizados.

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Un estudio recientemente publicado (enero 2018) apunta también en esta dirección: las hijas de las niñas que fueron evacuadas de Finlandia durante la Segunda Guerra Mundial, para ser ubicadas en familias adoptivas suecas, fueron hospitalizadas por enfermedades mentales a lo largo de sus vidas hasta cuatro veces más que sus parientes que no fueron afectados por esta política de evacuación finesa.

De esta forma, la exposición en la infancia a situaciones adversas no sólo se asocia con mayor riesgo de enfermedad psiquiátrica en la edad adulta, sino también en la próxima generación, lo que sugiere que los impactos biológicos del trauma pueden transmitirse entre generaciones (herencia epigenética). Estadísticamente el descubrimiento parece firme.

Ya en 2015, Rachel Yehuda, del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, demostró que los descendientes de supervivientes del Holocausto tenían perfiles de hormonas del estrés distintos al resto de la población, que podrían predisponerlos a la ansiedad. El estudio evidencia por primera vez en humanos, según sus autores, cómo una marca epigenética basada en la exposición de los padres antes de la concepción puede afectar los genes de nuestros hijos e incluso de nuestros nietos.

Aún se están investigando los procesos fisiológicos subyacentes del trauma hereditario. Lo que está científicamente aceptado es que la única forma de transmitir información biológica entre las generaciones es a través de los genes que están contenidos dentro del ADN. Así lo demostró Isabelle Mansuy y un equipo de científicos del Instituto de Investigación del Cerebro de la Universidad de Zurich en un estudio publicado en 2014  en Nature Neuroscience y realizado en animales de laboratorio. Tras exponer a crías de ratón a una vida imprevisible (como quitarles la madre en un momento del día al azar), éstas empezaron a desarrollar comportamientos depresivos, antisociales, arriesgados y problemas de memoria. Los síntomas comportamentales y los cambios en el metabolismo persistieron en la tercera generación. Así, descubrieron que el estrés traumático modificaba la cantidad de varios microARN en la sangre, el cerebro y los espermatozoides de los ratones, moléculas que alteraban la expresión del ADN. Lo esperanzador de todo esto es que la transmisión del trauma no sería un destino inevitable e inamovible. Este estudio de Mansuy también determinó que un entorno amoroso y estimulante podía revertir en buena medida los efectos en los hijos. Además, también se transmitirían los efectos de experiencias positivas.

En todo caso, se requieren más investigaciones para conocer cómo las alteraciones del medio ambiente pueden compensar los efectos del sufrimiento heredado…. Y no sólo en ratones, sino también en humanos. Lo que sí es evidente es que el potenciar todas aquellas condiciones, aptitudes y habilidades positivas que podamos generar dentro de nuestro ambiente familiar y social, es la mejor forma para garantizar la disminución de posibles traumas o estresores que pueda adquirir nuestro ADN.